En mi andar profesional como educadora de corazón que me
siento y haciendo de mi oficio cada vez más un espacio de placer que de
obligación; y todo lo que en este camino he aprendido, me ha llevado a
incorporar en mis prácticas parte de lo que algunas de mis reflexiones de las
vivencias me han dejado…
He entendido, después de tanto andar, que no es necesario
hacer más educación de la que ya tenemos, las prácticas educativas que estamos
experimentando ya están vencidas, éstas nos están llevando a la reproducción de
un sistema que pone en riesgo la sostenibilidad de la vida del hombre. La
educación requiere un viraje para comenzar a producir una nueva conciencia. Una
manera de pensar y actuar diferente.
Hemos estado repitiendo de muchas maneras y por bastante
tiempo un modelo educativo que replica un sistema en el que permanecer quieto, respetar
a lo superiores, tener paciencia frente a actos aberrantes que muestran una
versión de un poder viciado y corroído es lo normal, un sistema basado en la
competencia para destruir al otro, un sistema excluyente… “una educación que
perpetúa el sistema social, constituida en un órgano reproductor de la conciencia colectiva que
opera a partir del supuesto que tenemos el mejor de los mundos y que conviene
perpetuar sus formas de pensar y de vivir”, como lo expresa el psiquiatra
Claudio Naranjo en su trabajo acerca de la educación para salir del
patriarcado.
Requerimos hacer una educación para formar y transformar,
superar el modelo que tantas enfermedades paidogénicas ha generado, que
consideremos lo que dice Paul Goodman:”Es necesario que empecemos a hablar más
de la estructura de quien aprende y su aprendizaje y menos acerca de la
estructura de la asignatura”, que más que ocuparnos qué enseñar, pongamos
nuestra mirada en cómo es que podemos contribuir, apoyar, o ayudar para que se genere el aprendizaje en
nuestro semejante; ocuparnos más como dice Edgar Morín a la enseñanza y al
conocimiento del mundo interno y no sólo
al conocimiento del mundo exterior.
Por lo pronto tenemos una educación que se limita a
transmitir un conocimiento del mundo externo, más que al cultivo del conocimiento
del mundo interior, esto como sabemos, no es sino parte de una complicidad de
la educación con un sistema político-económico al que conviene una humanidad
robotizada y manipulable.
Son nuevos los tiempos que estamos viviendo, el contexto
luce caótico y destructivo, pero también algo nuevo se gesta entre nosotros. Ya
hace bastante escucho y leo de excelentes estudiosos acerca de la pedagogía del
amor y los procesos de transformación y me sorprendo gratamente; incorporar lo
vivencial, aprender a usar nuestra mente como recurso, cómo vincularnos y
relacionarnos mejor desde nuestro aspecto materno, aprender de la sabiduría del
mensaje que traen nuestras emociones, la humanización de la tecnología y
desarrollar el aspecto espiritual no necesariamente religioso en la educación,
son temas que requieren ser incorporados de manera explícita y no implícita a
nuestra manera de hacer educación una verdadera revolución educativa.
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